Los productores de invernadero de Nueva Zelanda se encuentran en una encrucijada crítica, ya que los cambios propuestos a las asignaciones industriales en el marco del Sistema de Comercio de Emisiones (ETS, por sus siglas en inglés) amenazan su futuro. Se insta al Ministro de Cambio Climático, Simon Watts, a reconsiderar políticas que podrían imponer costos adicionales estimados en 30,000 dólares por hectárea a los productores de tomates, pimientos y pepinos. Para una industria que ya opera con márgenes estrechos, este podría ser el punto de inflexión que haga que la producción nacional sea insostenible.
John Murphy, presidente de Vegetables New Zealand, sostiene que los cambios no sólo perjudicarían a los productores locales, sino que, paradójicamente, podrían aumentar la huella de carbono de los alimentos que se consumen en el país. Como estas operaciones de invernaderos se enfrentan al riesgo de cierre, las importaciones probablemente aumentarían, trayendo alimentos de países donde los métodos de producción resultan en mayores emisiones. La ironía es cruda: las políticas destinadas a reducir las emisiones de carbono de Nueva Zelanda podrían aumentar inadvertidamente las emisiones globales a través de la dependencia de productos importados.
Las operaciones de invernadero en Nueva Zelanda son únicas en comparación con otras industrias agrupadas bajo el ETS. A diferencia de la fabricación de acero o cemento, los productores de invernadero utilizan activamente el CO2 para mejorar la producción. El dióxido de carbono se captura y se bombea a sus entornos controlados para estimular el crecimiento de las plantas, lo que hace que sus operaciones sean altamente eficientes y minimiza el uso de la tierra. De hecho, la producción de alimentos de invernadero de Nueva Zelanda representa menos del 1% de las emisiones totales del país. Este enfoque consciente del medio ambiente hace que sea difícil justificar la agrupación de los productores de invernadero con las industrias de altas emisiones bajo el mismo paraguas de políticas.
Además, los productores sostienen que los cambios propuestos no tienen en cuenta los esfuerzos que ya han realizado para descarbonizarse. Muchos han invertido en tecnologías y prácticas que reducen el uso de energía, disminuyen las emisiones y aumentan la eficiencia. Buscan una respuesta doble del gobierno: retrasar el cambio de la línea base de asignación industrial hasta 2025 para permitir una transición más fluida y la creación de un Fondo para Sistemas Alimentarios Sostenibles. Este fondo reinvertiría los ingresos del ETS en esfuerzos de descarbonización dentro del sector de los invernaderos, ayudando a los productores a realizar la transición a fuentes de energía alternativas y a mejorar aún más su sostenibilidad.
La urgencia de este problema se extiende más allá del impacto económico sobre los productores. Los efectos en cadena podrían sentirse en toda la seguridad alimentaria y la salud pública de Nueva Zelanda. El brote actual del virus rugoso marrón del tomate (ToBRFV) en Australia es un recordatorio aleccionador de los riesgos de depender de alimentos importados. Si la producción local disminuye, los neozelandeses podrían enfrentarse a precios más altos, un acceso reducido a productos frescos y una mayor vulnerabilidad a las interrupciones de la cadena de suministro mundial.
En un contexto más amplio, la lucha de la industria de invernaderos en Nueva Zelanda pone de relieve un debate más amplio sobre el equilibrio entre las políticas ambientales, la seguridad alimentaria y la sostenibilidad económica. Se insta a los responsables de las políticas a mirar más allá de los modelos teóricos y considerar las consecuencias reales de sus decisiones. Sin ajustes, estos cambios en la asignación industrial podrían socavar años de progreso en la agricultura sostenible y poner en riesgo la soberanía alimentaria de Nueva Zelanda.
Los cambios propuestos a las asignaciones industriales en el marco del ETS de Nueva Zelanda amenazan con trastocar el sector de los cultivos de invernadero, que ha trabajado arduamente para reducir su impacto ambiental y al mismo tiempo proporcionar alimentos frescos y locales. Si el gobierno no adopta un enfoque más matizado, el país puede ver un aumento en la importación de productos agrícolas con una mayor huella de carbono, lo que afectará negativamente tanto a la seguridad alimentaria como a los objetivos ambientales. Una demora en la implementación de los cambios y la creación de un fondo dedicado a apoyar la descarbonización de los gases de efecto invernadero podrían brindar al sector el respiro que necesita para seguir contribuyendo a un sistema alimentario sostenible.